La Semana Santa de Carmona es un vía crucis de pasiones repartidas entre sus muros de piedra, estrechas calles y recónditas plazas en un ejercicio de sobriedad, devoción y belleza. La propia monumentalidad de la ciudad es un marco excepcional para el discurrir de sus ocho cofradías.
El indudable interés artístico de ésta emblemática celebración, se ve reflejado en una admirable imaginería, de la que destaca la pieza más antigua datada que procesiona en la Semana Santa andaluza: El Señor de la Amargura, realizado en 1521 por Jorge Fernández Alemán. Es necesario también mencionar el ajuar que rodea y acompaña a los pasos. Así, los bordados, tallas en madera, y sobre todo la orfebrería, forman parte de este bello conjunto.
Carmona se vuelca en su Semana Mayor de modo especial a través del cuidado y el mimo de sus cortejos. Las procesiones que se desarrollan durante estas jornadas son fiel reflejo de la idiosincrasia del lugar, herederas de su laxa historia y del carácter exquisito de sus vecinos. Porque la huella de los tiempos ha dejado mella en todas las corporaciones y, a pesar de que las formas se han amoldado con los tiempos, conserva parte importante de los bienes que la devoción ha generado.
La Semana Santa comienza con el final del septenario a la titular de los Servitas que, sin palio, recorre las tortuosas y bellas calles de su barrio. Todas las cofradías de la localidad realizan estación de penitencia a la iglesia prioral por la tarde de cada jornada, pasando previamente por el palco oficial. Los cortejos se componen al modo sevillano: nazarenos divididos en tramos por insignias, monaguillos, pasos portados por costaleros y bandas de música. Y, sin embargo, cada una conserva un carácter propio que la singulariza.
Así, el Domingo, tras las procesiones de palma de las cinco parroquias de la localidad y en los conventos de clausura, la Esperanza pone en la calle la alegría de la fiesta, que se hace latente en las múltiples petaladas de su recorrido. Ya el lunes, el cortejo de la Amargura parte de la puerta ojival de San Felipe para recorrer arrabales y centro histórico con gran serenidad. Y el martes, el barrio de la Judería se vuelca con la Expiración, que nutre sus filas de los cofrades más jóvenes y que sobrecoge a la ciudad con su asaeteada recogida. A mitad de la semana, la Quinta Angustia dispone un trayecto mitad silencioso, mitad festivo que se rompe en éxtasis en la calle Tahona. Como ocurre, al día siguiente, en el barrio de Santiago después de la celebración in coenadomini.
Una vez cerrados los Monumentos cuando la liturgia impone el luto del Viernes, realizan su estación la Humildad y Paciencia, con el luto marcado en su imponente palio de cajón, y Nuestro Padre con su silente recorrido. El sábado por la tarde, el Santo Entierro, acompañado por nazarenos de todas las corporaciones, cierra el ciclo de las procesiones tornándose el luto en alegría tras la Resurrección.
El origen
El 11 de marzo de 1521, un grupo de 1.500 carmonenses marcharon en peregrinación a Sevilla a fin de implorar a la Virgen de la Antigua la ansiada lluvia. A su regreso, los vecinos fueron despedidos por las autoridades hispalenses en el humilladero de la Cruz del Campo. Dicha celebración se entiende como el precedente más remoto de una procesión penitencial en la localidad.
Antiguos y nuevos usos
Hasta los años 80 del siglo XX, los pasos en Carmona se transportaban sobre los hombros mediante palos insertos de forma perpendicular en el interior de las parihuelas.
Imaginería
Uno de los principales valores de la Semana Santa carmonense son sus imágenes devocionales. Figuras cristíferas, marianas y secundarias que pertenecen a las manos de los más prestigiosos escultores que han pasado por el occidente andaluz. Así, la localidad conserva la talla más antigua de las que procesionan durante la Semana, el Cristo de la Amargura, una obra de Jorge Fernández Alemán de 1521. O la escultura tardomanierista de Nuestro Padre Jesús Nazareno realizada por Francisco de Ocampo en 1607, que es el modelo precedente de esta iconografía.
Pero el gran periodo para la imaginería es el Barroco, del que se conservan importantes obras de José de Arce, José Montes de Oca, Pedro Roldán, Francisca Roldán, Felipe Duque Cornejo, Benito Hita del Castillo y Manuel García de Santiago.
En la etapa más contemporánea, la ciudad conoció el trabajo de sus vecinos Francisco Buiza y Antonio Eslava, así como el de Antonio Castillo Lastrucci.
Cortejos
Como si de un cortejo real enlutado se tratara, las procesiones carmonenses acompañan las escenas de la Pasión, bien como nazarenos, bien como costaleros o monaguillos portando insignias y andas con historia.
Destacan el palio de los nazarenos, de 1698, y la canastilla del Santo Entierro, reliquias de arqueología cofrade. Así mismo, son imprescindibles el simpecado rococó de la Expiración, el manto decimonónico de la Virgen de la Paciencia, de las hermanas Antúnez, y las caídas caladas del techo de palio de la imagen de las Angustias, salido de los talleres de Olmo en 1930, y que es el primero en esta técnica.
Monumentos
Las parroquias y conventos conservan la costumbre de elevar monumentos al Santísimo Sacramento tras la misa in coenadomini del Jueves Santo. En el tiempo que permanecen abiertos, la afluencia de público es constante, sobre todo de mujeres ataviadas con mantillas, y en ellos se pueden contemplar joyas ornamentales entre abundantes flores y velas.