Lucena tiene un estilo propio e inconfundible de vivir la Pasión, mezclando arte, estética y tradición. Su mayor seña de identidad es la santería, única de este municipio, que se hace notar en el particular modo de llevar los tronos al son del tambor y bajo el sonido de la llamada del Torralbo. Para los lucentinos, la Semana Santa es un sentimiento que se transmite con fervor de generación en generación, contando en la actualidad con dieciséis cofradías, varias de ellas con más de cuatro siglos en una población de casi cuarenta y tres mil habitantes.
Estas corporaciones se suceden jornada tras jornada, llenando las calles de sonido y devoción. Así, el Domingo lo hacen la Pollinita, el Huerto y el Encuentro. El Lunes, la cofradía de Pasión, con sus cuatro tronos. El Martes, el Carmen, que cuenta con una obra de Pedro de Mena, los Servitas y el Amor, cuyo cristo posee una cabeza ejecutada por Alonso Cano. La jornada siguiente se reserva en su integridad para el Valle. Y el Jueves, propiamente día de Pasión, se puede contemplar al Silencio entre sus tambores roncos enlutados y la trompeta de toque particular, a la Santa Fe, la Columna, el Caído y la Sangre. Corporaciones henchidas de patrimonio realizado por nombres tan cruciales como Pedro Roldán o José de Mora.
El Viernes es el día de la Cofradía del Nazareno que hace estación de penitencia en dos ocasiones. La primera con Cristo vivo camino del Calvario acompañado por la Verónica, la Magdalena, San Juan y la Virgen del Socorro precedida por el toque del Torralbo, una capilla musical y un coro que interpreta el miserere. Iniciándose el acto a las tres de la madrugada con la llamada a los hermanos mediante el toque de la Hermandad de Tambores de Lucena y saliendo del templo a las seis. Durante el recorrido, la imagen gótica realiza hasta tres bendiciones. Ya por la tarde, hace lo propio pero con Cristo Yacente dentro de una urna rococó, junto con la Santa Cruz y las Santas Mujeres. Así, solo queda para el Sábado la procesión de Nuestra Señora en su Soledad esperando a su hijo Resucitado, que llegará en la seráfica mañana del Domingo.
Origen
La Semana Santa lucentina remonta su tradición cofrade en los inicios del siglo XVI, siendo su más antigua hermandad de penitencia la de la Santa Vera Cruz que se funda en su propia ermita con anterioridad a 1554, sosteniendo varios hospitales para pobres. En 1564 se le une la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, desfilando los Viernes Santos acompañada de San Juan y la Magdalena bajo la Cruz y ante el sepulcro. También del mismo periodo, 1576, es la corporación franciscana de Pasión y a fines del siglo se añade la de Jesús Nazareno, que será la devoción que más recorrido histórico tenga. A ellas se añade en 1606 la Cofradía de pasión y gloria de Nuestra Señora del Carmen con un desfile muy popular que englobaba figuras, alegorías, romanos, ángeles, aspados, flagelantes y nazarenos que desfilaba cada Martes Santo.
La santería
Es el modo peculiar de procesionar los tronos, al ritmo que impone el toque del tambor, con gran respeto. A dichos hombres se les denomina santeros y se organizan en cuadrillas que, además de los actos públicos (paseíllo, atado de la almohadilla y procesión), se reúnen asiduamente para unas convivencias a las que se denomina Juntas de Santeros.
Visten túnica hasta media pierna sobrepuesta a la camisa, pantalón de medioancho y botas cortas camperas, decorando sus cuellos con un pañuelo y cubriendo las cabezas con capirotes, pero dejando el rostro descubierto. Su color difiere según la cofradía. De entre ellos el más importante es el manijero que se encarga de tocar el timbre (campana) con el que se disponen los horquillos. Mientras los tamboreros, vestidos de igual modo, se dedican con su tambor a marcar el paso de los santeros que es diferente de una imagen a otra.
El torralbo
Para anunciar la llegada del paso de algunas hermandades se dispone el sonido del Torralbo, un especial toque de corneta breve, pero de sonido armonioso compuesto de tres tiempos.