Gustave Doré (1833- 1883) y Jean- Charles Davillier (1923- 1883) realizaron un largo viaje por España en el año 1862. Davillier era ya un profundo conocedor de nuestro país cuando, en conversaciones con el conocido ilustrador, se ofrece a hacerle de guía y le insiste para que conozca España y la represente: le había insistido “más de 100 veces que él era el pintor que debía darnos a conocer España. No esa España de opereta y de los keepssakes, sino la verdadera España…” (Rodrigo, 1983) situación que terminaría produciéndose, convirtiéndose los dibujos de Doré en una de las referencias obligadas de la vida cotidiana española del siglo XIX.. Gustave Doré ya sentía un profundo interés por la realización de este viaje, por lo que la coincidencia de intereses parecía clara.
Los autores enviaron periódicamente sus impresiones del viaje y las ilustraciones a la revista de viajes Le tour du munde quien las iría publicando periódicamente desde 1862 hasta 1873. Al año siguiente, todos estos artículos fueron publicados por la editorial Bachette en un libro que rápidamente alcanzaría un notable éxito, siendo traducido a varios idiomas en pocos meses.
Uno de los capítulos de este trabajo (el XIX) está dedicado a la Semana Santa sevillana. Iremos abordando en otros artículos la visión y los sentimientos que la Semana Santa le produjo a otros viajeros extranjeros en nuestro país. Una visión externa que puede darnos por un lado una valiosa información de cómo eran las celebraciones de Semana Santa en el pasado. Por otro nos aporta las impresiones que estas celebraciones dejaron en estos observadores externos, que puede aportarnos también una interesante información de las percepciones y sentimientos que estas celebraciones dejaban en ellos y de una interesante valoración, desde una visión alejada de la inmediatez. En el citado artículo de Doré y Davillier encontramos una detallada descripción de los diferentes actos, funciones como dicen que los propios sevillanos las llaman, a partir de la observación directa de las mismas.
El relato nos indica que las celebraciones dan comienzo el Domingo de Ramos con al bendición por la mañana de las palmas, haciendo referencia a las diferentes maneras en que éstas se trenzan y a la costumbre, mantenida en nuestro país, incluso en las grandes ciudades hasta no hace demasiado tiempo, de mantenerlas en los balcones durante todo el año por la creencia muy extendida de que “tienen la virtud de preservar a las casas del rayo” (Doré y Davillier, 1998, p. 448). Una protección contra este fenómeno atmosférico, que tanto miedo ha despertado en la mentalidad popular, y para el que se han aplicado algunos remedios mágicos como los tizones de la hoguera que se colocaban en algunas localidades de los alrededores de París, como el propio autor refiere en el artículo, o las conocidas piedras de rayo (hachas de piedra pulimentadas) usadas por los pastores en diferentes lugares de nuestra geografía. La colocación de estas palmas bendecidas ha sido considerado como un elemento de protección general en las casas, por lo que se conservaban todo el año expuestas en el exterior (ventana o balcón de las mismas) durante todo el año.
Cofrades acompañando un paso. Ilustración de Gustavo Doré. Tomado de Doré y Davillier, 1998, p. 457.
Por la tarde de ese mismo día se desarrollan diferentes procesiones con pasos, dándonos algunos datos sobre el recorrido: Calle de los Sierpes, plaza de la Constitución y calle Génova para entrar en la Catedral por la puerta de San Miguel, atravesando la misma para salir por el extremo opuesto y dirigirse desde aquí, a sus lugares de origen.
De esta procesión nos describe el orden de uno de los pasos, el que iba a la cabeza, el de la Conversión del Buen Ladrón: a la cabeza del cortejo van algunos soldados con traje de gala, luego los estandartes de la cofradía y luego “en dos filas, cierto número de personajes que desempeñaban un importante papel en las procesiones religiosas y que se llaman nazarenos. Este nombre viene sin duda de que los penitentes llevaban antiguamente, recordando a Jesús de Nazaret, largos cabellos y una pesada cruz a la espalda” (Doré y Davillier, 1998, p. 450). En el medio de la procesión los Hermanos Mayores. Tras los penitentes venían “los muñidores con “largas trompetas de plata, adornadas con ricos paños de seda y gran lujo de bordados, flecos y borlas”. Detrás de los hermanos mayores van los mozos de cordel, que portan cestos con cirios.
El miércoles se desarrolla en la Catedral el Canto de la Pasión, con numerosos efectos teatrales; vuelven a salir pasos recorriendo las calles. A llegar la noche se celebra en el mismo templo el oficio de las Tinieblas y después el canto del miserere.
El día de Jueves Santo por la mañana se consagran los oleos en la Catedral y se traslada el Santísimo al Monumento, que es posible que se tratara del mismo que se utilizó hasta la década de los 50 del pasado siglo y que fue realizado por Antonio Florentín en 1545.
El Viernes Santo es “el día más solemne” y en el que más pasos participan en las procesiones. Llaman los autores la atención sobre el paso del Santo Entierro, que en lugar de tallas lleva personajes de carne y hueso, entre los que destacan el de la muerte con su inseparable guadaña y en el que aparecen también personajes de ángeles, San Miguel, el santo Angel de la Guarda y otros muchos personajes. Una imagen que recuerda los autos teatrales medievales y que todavía podemos observar en lagunas procesiones en la actualidad.
El Sábado Santo refieren la procesión del Establecimiento de la Iglesia en el que la iglesia está representada por una muchacha vestida de sacerdote. El Domingo de Resurrección es una fecha festiva con “toda clase de espectáculos”(Doré y Davillier, 1998, p. 454) incluida la corrida de toros.
También hacen diferentes alusiones a los pasos. Hace una referencia especial al valor artístico de los mismos y a cómo los escultores más renombrados habían trabajado en estas obras. Es significativa la llamada de atención a cómo algunos colores son utilizados de manera específica en los vestidos de algunos personajes: el azul para la Virgen, Judas Iscariote de azul y blanco o San Juan con ropajes verdes. Los pasos son, al igual que ahora, montados en una “plataforma de la que cuelga una gualtrapa hasta el suelo que oculta a los hombres que van debajo soportando la carga. Como estos no pueden ver lo que ocurre fuera, uno de los miembros de la cofradía les advierte por medio de aldabonazos cuando deben hacer un alto…”(Doré y Davillier, 1998, p. 451); un procedimiento igual al que todavía se utiliza.
“Las procesiones de Sevilla, con sus muchos penitentes enmascarados y cubiertos de cogullas, ofrecen un extraño espectáculo, casi lúgubre; es como un vestigio de los autos de fe de la Inquisición” (Doré y Davillier, 1998, p. 454). La obra de Doré y Davillier es un testimonio que nos permite poder descubrir la Semana Santa del siglo XIX y las impresiones que las mismas provocan en los extranjeros. Sin duda un interesante documento para ampliar nuestro conocimiento de estas celebraciones y la percepción que, desde otros entornos, se tiene de la misma.
Leyenda da foto arriba:
Un paso, en Sevilla: Jesús Nazareno del Gran Poder. Ilustración de Gustavo Doré. Tomado de Doré y Davillier, 1998, p. 457.